Un defensor del comercio y la navegación de hace más de 200 años. – Por Dra. Susy Bello Knoll

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El 6 de junio de 1770, hace 250 años, nacía Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, en el seno de una familia donde el padre era un inmigrante italiano dedicado al comercio.

En esos tiempos era necesario tener la autorización del Rey de España para ejercer ese oficio en el Virreinato del Río de la Plata y Domingo Belgrano y Peri lo había obtenido.

El éxito en los negocios le permitió darles a sus hijos una educación superior en Europa. El comerciante pretendía que su hijo Manuel estudiara la ciencia mercantil. Sin embargo, Manuel Belgrano, quien falleció el 20 de junio de 1820, es decir hace 200 años, se interesó en el estudio de la Economía Política sólo desde sus estudios de Derecho en la Universidad de Salamanca.

En 1794, a los 24 años, tradujo al médico francés Quesnay[2], que como apasionado de la economía, había fundado el movimiento de los fisiócratas que entre otras cosas buscaba que el Estado ejerciera la función de evitar todo impedimento a la libre circulación de las mercaderías. También tuvo la oportunidad de leer “La riqueza de las naciones” de Adam Smith que se había publicado en 1776, apenas diez años antes de que el joven Manuel Belgrano llegara a Europa. Esa obra trata, entre otros temas, del comercio internacional como impulsor del crecimiento económico y así lo sostuvo Belgrano en más de una oportunidad como Secretario del Consulado.

Valga entonces en homenaje de este prócer, en el bicentenario de su muerte, tomar algunas de sus expresiones referidas al comercio y la navegación que ayuden a que la celebración de su labor nos mueva a reflexionar sobre sus dichos y analizar si nos ayudan en nuestros días.

En el primer número del Correo de Comercio[3], aquel periódico aparecido a comienzos de 1810 e impulsado por Belgrano, él mismo dice en el Prospecto que devela las intenciones de la publicación que “se trata de instruir al comerciante que nada debe ignorar, se tiene también por objeto ilustrar al Labrador y al Industrioso, respecto a que las tres clases deben estar hermanadas, y proceder a la par, porque una sin otra no es posible que logren más que unos adelantamientos efímeros, y que de suyo se derrocan”. Aunque se trate de un difícil equilibrio armónico sigue siendo necesario, a mi criterio, impulsar todos los sectores para que cada uno haga su aporte a la economía del país.

Allí mismo los exhorta a los hombres del mercado con estas palabras “comerciantes, que con vuestra actividad agitais el cambio así interior como exteriormente, y por vuestro medio se fomenta la agricultura y la industria, y el Estado recibe las utilidades con que poder atender a sus necesidades y urgencias”[4], invitándolos en este escrito a formarse de modo que los conocimientos les ayuden al progreso, aumenten su sabiduría y les permitan desempeñar su oficio eficientemente para que su contribución sea socialmente valiosa.

Aclara el 5 de mayo de 1810 que “nunca podremos ponderar bastante la necesidad que hay de franquear a las embarcaciones un asilo seguro en donde puedan permanecer resguardadas de todo temporal, con el menor costo que sea dable, y en el qual puedan recorrerse y alistarse para las dilatadas navegaciones que deben emprender, en términos que no causen perjuicios a los cargamentos que se pongan a sus bordos, que siempre han de resultar en contra de nuestro comercio”. Una cadena virtuosa entre el comercio y la navegación que hoy sigue en plena vigencia porque “la comunicación general entre los hombres repartidos sobre la tierra, supone el arte de atravesar los mares que los separan, o la navegación”[5], como Belgrano decía.

En su Autobiografía, al hablar de sus tiempos del Consulado, manifiesta que “me propuse, al menos, echar las semillas que algún día sean capaces de dar frutos, ya porque algunos estimulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo, ya porque el orden mismo de las cosas las hiciese germinar”[6]. Esa siembra de ideas de desarrollo, de trabajo en común, de promoción del conocimiento, de equilibrio en el aporte de cada sector de la economía, en particular del comercio y de la navegación, exhorta a los argentinos al compromiso de seguirlas cultivando hoy cuando una pandemia azota el espíritu de quienes, como Mercurio, deben preparar sus alas para volar rápidamente hacia tiempos mejores. Celebremos a Manuel Belgrano, impulsor, hace más de doscientos años, del comercio y la navegación.

Dra. Susy Bello Knoll
Junio 2020


[1] Abogada y contadora UBA, MDE Universidad Austral y Doctora en Derecho por la Universidad de Salamanca.

[2] Su traducción de “Máximas generales del gobierno económico de un reino agricultor” de Francois Quesnay que aparece como Primera Memoria de Manuel Belgrano como Secretario del Consulado de Buenos Aires.

[3] Periódico que salió los sábados desde 1810 impreso en la Imprenta de Niños Expósitos con Superior Permiso. Las transcripciones realizadas en esta nota son textuales de los originales publicados en la Compilación documental “Manuel Belgrano y la Economía Política” del Instituto Nacional Belgraniano y el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2016.

[4] Correo del Comercio del sábado 3 de marzo de 1810.

[5] Correo del Comercio del sábado 1 de septiembre de 1810.
[6] Autobiografía del General D. Manuel Belgrano, que comprende desde sus primeros años (1770) hasta la revolución del 25 de mayo referenciada en la obra indicada en la nota 3, página 803.