Por qué las ciudades importan para el sistema global de alimentación

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La semana pasada fui parte de la delegación del Banco Mundial en la Conferencia Habitat III en Quito, reflexionando sobre el futuro de las ciudades y participando en un panel sobre seguridad alimentaria. Mientras estaba allí, no pude evitar de recordar la historia de Wara, una mujer indígena aymara, una de los 8 hijos de una familia rural pobre del Altiplano boliviano. La pobreza la forzó a migrar a la ciudad cuando era joven.

Viviendo en La Paz, Wara ha estado trabajando por décadas como nanny en hogares. Ella tiene tres hijos ya jóvenes. El mayor tiene sobrepeso y ya ha tenido varios problemas de salud. Él trabaja ocasionalmente con su padre en la construcción de casas. Los otros hijos todavía están en el colegio y Wara espera que con educación ellos podrán conseguir un buen trabajo en el futuro.

De acuerdo a las estadísticas, Wara ya no es pobre. En realidad, Wara y su familia están mejor en comparación con sus modestos orígenes. Sin embargo, la verdad es que ella es vulnerable y puede rápidamente caer de nuevo en la pobreza y el hambre.

Como en la mayoría de las familias aymaras, el esposo de Wara es quien administra el dinero, incluyendo los ingresos de ella, pero es Wara quien se ocupa de la alimentación de la familia. Cada sábado. Su esposo le pasa dinero para que consiga comida para la semana. Ella se levanta muy temprano para ir a uno de los cuatro grandes mercados de La Paz para comprar productos básicos como papa, hortalizas frescas, arroz, azúcar y aceite, entre otros.

En el mercado, Wara no siempre encuentra lo que necesita. Frecuentemente, factores climáticos o de logística complican la entrega de alimentos a la ciudad. Cuando esto ocurre, los productos perecibles llegan en malas condiciones o con menor calidad, y muchos productos son simplemente eliminados.

La historia de Wara ilustra algunos de los desafíos presentes y futuros del sistema de alimentación.

En las décadas que vienen, el mundo verá al menos 200 millones de personas como Wara, buscando una mejor vida en ciudades. Al 2050, 6 mil millones de personas estarán viviendo en áreas urbanas. Si el sistema global de alimentación ha de alimentar al mundo, seguridad alimentaria y nutrición en ciudades va a pasar a ser más y más importante. Desde mi perspectiva veo, al menos, tres implicancias mayores para la agenda de desarrollo urbano. La semana pasada seguridad alimentaria y nutrición fueron parte de la discusión en la conferencia Habitat III en Quito.

Primero, tanto a nivel nacional como subnacional la política sobre alimentación debería pasar a ser una parte integral de la política de desarrollo urbano. La combinación de los efectos de la urbanización y los cambios sociales que se derivan de ella, y el stress en los recursos naturales, hace necesario un diálogo sobre política de alimentación urbana más robusto. El enorme volumen de alimentos consumido en las ciudades se traduce en un inmenso desafío logístico para el abastecimiento del día a día. Grandes inversiones privadas y públicas son necesarias para asegurar la provisión continua. Abordar seguridad alimentaria y nutrición en ciudades requiere un involucramiento a diferentes niveles, desde el nivel de vecindario hasta el de la región. Es crítico abordar las cadenas de abastecimiento  que conectan a los productores con los mercados urbanos, con sus implicancias en transporte y logística, almacenamiento, inocuidad, y otros.

Segundo, en el Banco Mundial, creemos firmemente que para alimentar al mundo necesitamos mejorar sustancialmente la eficiencia en el abastecimiento de alimentos en áreas urbanas. El hecho que perdemos o eliminamos más de 30% de todos los alimentos es un tema de mucha preocupación para nosotros. Este nivel de pérdidas es inaceptable en un mundo con 800 millones de gente con hambre: es un problema moral y ético. Es también una pérdida de dinero: $1 trillón por año, globalmente. En cada cadena de abastecimiento se deberían medir las pérdidas desde el campo hasta el consumidor final para poder identificar las áreas o segmentos donde se pueden minimizar o eliminar las pérdidas. Los gobiernos locales deberían involucrarse en este proceso, no sólo para definir estrategias ajustadas a las realidades particulares –no hay solución única para el abastecimiento de alimentos que pueda ser usada en todas las ciudades— pero también para estimular la creatividad en el sector privado y en la sociedad civil. Felizmente, existe una serie de emprendimientos sociales alrededor del mundo que están tratando de abordar el problema de las pérdidas de alimentos y cambiar las actitudes respecto al problema, como el restaurant Reffetorio Gastromotiva de Rio de Janeiro que abrió en agosto, usando excedentes de la villa olímpica para alimentar personas pobres con hambre de la misma ciudad.

Y tercero, la agenda urbana debería priorizar aspectos de género. No hay forma de mejorar los resultados en nutrición en ciudades sin mujeres empoderadas. Hay evidencia que indica que sobre el 50% de la reducción en malnutrición en niños en las últimas décadas es atribuible al mejoramiento del estatus de la mujer. En muchas regiones y culturas, las mujeres son quienes se encargan de la alimentación de las familias. Reforzar los derechos y capacidades de las mujeres en áreas urbanas definitivamente tendrá altos impactos en disminuir los problemas de desnutrición, obesidad y deficiencias de micronutrientes.

En el Banco Mundial buscamos construir un sistema de alimentos que pueda alimentar a cualquier persona, en cualquier logar, y cada día. Es muy claro que las ciudades –y la gente que allí vive—tiene un rol muy importante que jugar.

Fuente: Banco Mundial